miércoles, 22 de octubre de 2008


Táctica y estrategia
Mi táctica es mirarte,
aprender como eres,
quererte como eres.

Mi táctica es hablarte y escucharte,
construir con palabras un puente
indestructible.

Mi táctica es quedarme en tu recuerdo,
no sé cómo ni sé con qué pretexto
pero quedarme en ti.

Mi táctica es ser franco
y saber que eres franca
y que no nos vendamos simulacros
para que entre los dos no haya
telón ni abismos.

Mi estrategia es en cambio más profunda
y más simple
mi estrategia es que un día cualquiera,
no sé cómo, ni sé con qué pretexto,
por fin me necesites.

Mario Benedetti
(poeta Uruguayo 1920 - )

jueves, 16 de octubre de 2008

LO BIEN QUE SE LO PASARON


Cuento de Isacc Asimov "The fun they had", 1951

Margie incluso lo anotó aquella noche en su Diario. En la página correspondiente al 17 de mayo de 2157, escribió: - ¡Hoy Tommy encontró un libro de verdad!
Era un libro muy viejo. El abuelo de Margie le había contado que cuando él era pequeño, su abuelo le había dicho que existió un tiempo en que todos los cuentos venían impresos sobre papel.

Fueron pasando las hojas, que estaban amarillentas y arrugadas, y resultó terriblemente divertido leer palabras inmóviles en vez de aquellas que se movían sobre una pantalla. Y después, cuando volvían a la página anterior, se veían las mismas palabras que las que las que acababan de leer la primera vez.

- Vaya – dijo Tommy - , qué desperdicio. Cuando acabas de leer un libro, lo tienes que tirar, supongo. Nuestra pantalla de televisión debe contener un millón de libros y sirve para muchos más. Yo no la tiraría.
- Igual que la mía – dijo Margie.

Ella tenía once años y no había leído tantos telelibros como Tommy. Ël tenía trece años.
Ella preguntó:

- ¿Dónde lo has encontrado?
- En mi casa. – Señaló sin levantar la vista por que estaba ocupado leyendo. – En el desván.
- ¿De que trata?
- Del colegio.

Margie hablaba despreciativamente.
- ¿Del colegio? ¿Qué se puede escribir acerca del colegio? Yo odio la escuela.
Margie siempre había odiado la escuela, pero ahora la odiaba más que nunca. La profesora mecánica le había estado poniendo examen tras examen de Geografía y cada vez lo hacía peor y peor hasta que su madre, moviendo tristemente la cabeza, había llamado al inspector del Condado.

Era un hombrecito redondo con una cara sonrosada y una caja llena de herramientas con diales y alambres. Le sonrió a Margie y le dio una manzana, a continuación se llevó a la profesora a un lado. Margie tuvo la esperanza de que no supiera arreglar el problema, pero sí sabía y, al cabo más o menos de una hora, allí estaba, grande y negra y fea, con una gran pantalla sobre la cual aparecían todas las lecciones y se hacían las preguntas. Aquello no estaba tan mal. Lo que Margie más odiaba era la ranura en la que tenía que poner los deberes y los exámenes. Siempre tenía que escribirlos utilizando un código de perforación que tuvo que aprender cuando tenía seis años, y la profesora mecánica calculaba la nota casi inmediatamente.
El inspector sonrió al acabar y acarició la cabeza de Margie. Le dijo a su madre:

- No es culpa de la niña, señora Jones. Creo que el sector de Geografía estaba actuando con verdadera celeridad. Estas cosas ocurren a veces. Lo he puesto más lento para que se adapte al nivel de una niña de diez años. En realidad el progreso general de su hija es bastante satisfactorio.

Y de nuevo acarició la cabeza de Margie.
Margie se quedó muy desilusiona. Tenía la esperanza de que se llevaran a la profesora. En una ocasión se habían llevado a la profesora de Tommy durante casi un mes por que el sector de Historia había desaparecido por completo.

Le dijo a Tommy:
-¿Por qué querría alguien escribir acerca de la escuela?

Tommy la observó con una mirada de superioridad.

- Porque no se trata de nuestro tipo de escuela, tonta. Es el tipo de viejo colegio que tenían hace cientos y cientos de años.- Añadió con arrogancia, pronunciando la palabra con cuidado: - Hace siglos.

Margie se sintió ofendida.

- Bueno, no sé que clase de escuela tenían hace tanto tiempo.

Durante un rato leyó el libro por encima de su hombro y dijo:

- En cualquier caso tenían un profesor.
- Claro que tenían profesor, pero no era un profesor normal. Se trataba de un hombre
- ¿Un hombre? ¿Cómo puede un hombre ser profesor?
- Bueno, simplemente les enseñaba cosas a los chicos y chicas y les ponía deberes y les hacía preguntas.
- Un hombre no es suficientemente inteligente.
- Claro que lo es. Mi padre sabe tanto como mi profesor.
- No puede. Un hombre no puede saber tanto como un profesor.
- Te apuesto algo a que sabe casi tanto como el profesor.

Margie no estaba preparada para discutir esa afirmación.

- A mí no me gustaría tener un extraño en mi casa dándome clases.

Tommy gritaba de risa.

- No sabes mucho, Margie. Los profesores no vivían en las casas. Tenían edificios especiales y los niños iban alli.
- ¿Y todos los niños aprendían las mismas cosas?
- Si tenían más o menos la misma edad sí.
- Pero mi madre dice que un profesor tiene que ajustarse a la mente de cada niño o niña que enseña y, que a cada niño hay que enseñarle en forma diferente.
- Sea como sea, en aquella época no lo hacían así. Si no te gusta, no tienes que leer el libro.
- No he dicho que no me gustara – dijo Margie rápidamente.

Quería enterarse de cómo eran esas escuelas tan raras.

No había llegado ni a la mitad cuando llamó la madre de Margie.
- ¡Margie! ¡La escuela!

Margie levantó la vista.
- Todavía no, mamá.
- ¡Ahora! – dijo la señora Jones - . Seguramente es hora de que vaya Tommy, también.

Margie le dijo a Tommy.

- ¿Puedo seguir leyendo el libro contigo cuando acabe las clases?
- Quizá – replicó con arrogancia.

Se marchó silbando, el viejo y polvoriento libro colocado bajo el brazo.
Margie entró a la sala de clases. Estaba al lado de su habitación, y la profesora mecánica estaba esperándola. Cada día, excepto los sábados y domingos, estaba a la espera, por que su madre decía que las niñas pequeñas aprendían mejor si seguían un horario regular.

La pantalla estaba iluminada y decía:

- La lección de aritmética de hoy trata de la suma de quebrados. Por favor, inserte los deberes de ayer en la ranura correspondiente.

Margie siguió las órdenes con un suspiro. Estaba pensando en las viejas escuelas que existían cuando era pequeño el abuelo de su abuelo. Iban todos los niños del vecindario, riendo y jugando en el patio, sentados juntos en el aula, regresando juntos a casa al finalizar el día. Aprendían las mismas cosas, de modo que podían ayudarse con los deberes y hablar de ello.

Y los profesores eran personas...

La profesora mecánica resplandecía en la pantalla:

- Cuando sumamos los quebrados ½ y ¼ ...

Margie estaba pensando en lo bien que se lo debieron haber pasado los niños en los viejos tiempos. Estaba pensando en lo divertido que debió haber sido.